lunes, 7 de febrero de 2011

THE CALANDRACA MUMMY

Aquella noche, el “Calandraca Booogie” estaba reviviendo sus días de gloria, habituales en pasados tiempos. Varios grupos locales, de la actual escena, se daban cita en este conocido garito para hacer las delicias de los aficionados al renacido movimiento rocker de la capital.
 Aparqué la Heritage cerca de la puerta y le pedí a mi chica que esperara dentro.

Mientras conectaba convenientemente la alarma de la moto, una muchacha de rubia melena y vestida como las Andrew Sisters, que portaba una bandeja con pegatinas, banderines y caramelos, se me acercó hablándome de donaciones de sangre, a la vez que señalaba la esquina, en la que había aparcada una ambulancia con sus lucecitas amarillas y su carácterística cruz roja, pero de un extraño color negro…, "que mal rollo una ambulancia negra”, pensé.


Tomé uno de los caramelos que me ofreció, rehusando en silencio la solidaria invitación, pero es que odio las agujas a pesar de mis numerosos tatuajes. Acto seguido me dirigí al local del que salían las primeras notas disparadas por Los Silvertones.



Tras llevar en el cuerpo unos cuantos bailes y muchas cervezas, tuve que ir al aseo. Una vez hube terminado, me dispuse a salir y abriendo la puerta me topé en el estrecho y oscuro pasillo con la rubia de la calle.


“¿Te gustó el caramelo?, pues prueba este otro”. Sin darme opción, lo puso en mi boca, lo que me hizo sentir un amargo sabor, a la vez que un calor inmenso. Me flaquearon las piernas, todo me daba vueltas por unos instantes y pude notar antes de desvanecerme que varios tipos me llevaban en volandas hasta una habitación contigua.


Al poco, desperté en la semipenumbra de una estancia que debía de hacer las veces de almacén, viéndome postrado boca arriba y atado sobre un pequeño altar, burdamente preparado con unas tablas, barriles de cerveza y cajas de Cocacolas. ..¡¡Iba a ser sacrificado a un extraño dios egipcio del que Los Faraones, principal atracción esa noche en el Calandraca, eran a la vez los sacerdotes ejecutores!!. Me estaban destripando vivo a la vez que introducían no se qué extraño y luminiscente líquido en mis venas!. Grité y grité hasta romperme la garganta, pero la música de The Nitemares cubría cualquier voz de auxilio. Antes de desmayarme de nuevo, pude ver con horror a mi novia que yacía en el suelo, mientras la sonriente rubia comenzaba a cubrirla con vendas.


Al poco, todo hubo terminado…

Tiempo después y bien pensado, todo aquello no fue tan malo…
Nos largaron del curro con la excusa de ir siempre vestidos con lienzos blancos, aunque la verdadera razón fue, el hecho de desaparecer durante una semana sin avisar; y lo cierto es que desconozco dónde estuvimos, pero el caso es que al no tener casi vísceras, no necesitamos comer, con que para qué trabajar. Además, mi novia sigue tan guapa como siempre y sin preocupaciones, por lo que tengo una razón más para ser feliz.

Seguimos montando en nuestra Harley. En invierno, las vendas debajo de las cazadoras nos protegen mucho del frío y en el verano, nos las quitamos para pigmentar algo nuestra amarillenta piel.


Lo que no alcanzo a comprender es por qué cada vez que paro a rellenar el depósito de la moto, nunca nos quieren cobrar, ni la gasolina, ni la cerveza; y tienen cierta prisa por vernos marchar.


Por cierto, continuamos yendo a conciertos y viendo grupos de rock and roll por todo el mundo, pero con Los Faraones tenemos una cuenta pendiente, pues al coserme, me debieron dejar dentro una púa de sus guitarras, y me pincha cada vez que me río.

De aquella ambulancia negra y de la “gatita” rubia, nunca más se supo, pero todo se andará…

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