lunes, 19 de agosto de 2013

La Taberna de Frank

          Sabía que debía largarme de allí… Un buscavidas como yo, huele el peligro en cuanto entra por la puerta y cuando los “Hells Raiders” aparcaron sus estrambóticas motos, en la puerta del solitario garito, supe que ya estaba todo el pescado vendido. 



     
   Días atrás, traté de convencer al viejo y feo Frank para que no se metiera en ese tipo de negocios, ni con ese tipo de gente, pero él, sonriendo, me comentó que necesitaba pasta para su “proyecto”. No hice caso a la explicación, metí otra moneda en la máquina para escuchar “String Fever” y moneda tú, moneda yo, continuamos bebiendo junto a Cochran hasta el alba. 



Volviendo a lo de los Hells, cuando me quise dar cuenta, el local estaba lleno de motoristas que de manera amable, obligaron a los pocos parroquianos que allí se congregaban, a largarse de inmediato antes de emplear otros argumentos más convincentes y expeditivos. Naturalmente, al ser yo amigo del dueño y con lo poco que me gusta que me manden porque sí, les mandé yo donde daba la vuelta el aire. Un botellazo en la cara, seguido de una patada en el mismo lugar que terminó de incrustarme los cristales que quedaron pegados, fue mi premio. De postre un golpe en los riñones con la culata de una recortada. Desfallecí casi al instante, no sin antes ver entre “estrellitas de dolor”, cómo fueron necesarios un buen puñado de encuerados matones, para derribar al viejo Franki.

 El calor y el humo lo invadieron todo; desperté antes de asfixiarme, pudiendo ver que todo estaba en llamas y a punto de derrumbarse. Tambaleante y aturdido, me puse en pié dirigiéndome a la puerta con la esperanza de que mi Truxton aún estuviera esperándome, cuando noté que una gran mano me atenazaba la bota impidiéndome avanzar. Frank estaba más muerto que vivo y deliraba, pero me pidió con claridad absoluta, que cuanto antes, subiera a lo más alto del Pico del Lobo, hasta el viejo molino, que era en realidad su laboratorio, en el que debía entregar a su hija, “los documentos del proyecto” que en ese momento me ofrecía y que habían sido la causa de aquel desastre. Después, dejó de sujetarme.

 Aun aturdido por el escozor de mi cara y con el humo reventando mis pulmones, me alejé hacia el lugar indicado para cumplir esa última voluntad, mientras resonaba en mi cabeza el estribillo de “Race with the devil”, muy al pelo con lo que estaba ocurriendo. 

No fue hasta que me encontraba cerca del lugar, que me empecé a dar cuenta de lo que dijo. ¿Una hija…?, ¿un laboratorio…?. Jamás hubiera pensado que un tipo, tan terriblemente feo como Frank, con un cuarenta y ocho de pie y dos metros veinte de estatura, hubiera podido convencer a ninguna mujer para probar lo más contundente de su relevante anatomía. Mucho menos que tuviera un laboratorio de no sé qué cosa… En fin, historias que pasan o que debieron pasar.

 La cara seguía sangrándome y me dolía tanto como el miedo. Aquella noche, las nubes de verano trajeron lluvia y se llevaron la claridad del plenilunio, lo que unido a lo escarpado y peligroso del terreno, hacía mortal cualquier descuido. Aun así, apreté el gas de la Truxton, más por el temor a que me hubieran podido seguir aquellos diablos asesinos, que por la curiosidad de resolver aquel misterio… Al poco, apareció ante mí un antiguo molino destartalado. En la puerta me recibieron dos personas bajo una contundente lluvia; un jorobado vestido con unas viejas botas de trabajo, vaqueros raídos y una camiseta de los “Vivrants”; y una mujer que parecía una princesa gótica y que se presentó como Valeria, la hija de Frank. Aquello parecía un puto carnaval...

 No me dio tiempo a contar lo sucedido pues “la princesa” me insistió en que dado mi lamentable estado, sería el primero en probar las virtudes del “proyecto”, a la vez que el jorobado me agarraba fuertemente por la espalda y sin darme opción para preguntar, me condujeron por un estrecho pasillo, escaleras arriba, mientras ella hablaba y hablaba sin parar sobre como la fuerza de la tormenta me curaría. 
No podía creer lo que estaba ocurriendo, en una misma noche, sobrevivir a una paliza y a un incendio, para ir a caer en manos de un par de chiflados que vivían alejados del mundo; y todo,  por ser fiel a un amigo. Estaba claro que la amistad sólo vale, lo que dura el tiempo para disfrutarla, después todos son problemas.
 Una vez llegamos a lo más alto del viejo molino, pude sentir cómo una aguja me perforaba el hombro, mientras mi anfitriona, sonriendo dulcemente, me susurraba al oído, que era para tranquilizarme, a la vez que me tumbaba en una extraña camilla. Sea por el miedo que en aquellos momentos sentía, o por el efecto del contenido de la jeringuilla, ya solo escuchaba frases sueltas y términos como “haces de electrones”, “rayos catódicos”, “lámparas de vacío”, “lentes”…
 Lo último que vi, fue cómo se abría el techo permitiendo que la tormenta iluminase toda la estancia, hasta ahora en semipenumbra, confirmando la existencia del laboratorio del que mi viejo amigo me habló. Al despertar de la pesadilla, tenía a Valeria a mi lado, procurándome todo tipo de cuidados mientras que me narraba que su padre era el verdadero Doctor Frankesnstein y que lo del monstruo fue basura amarilla vertida por una tal Mary Shelley, periodista y esposa de un médico ansioso de popularidad y rival de mi amigo Frank, un tal …Jeckill, creo que se llamaba el pájaro. 

Después de tantos años de vivir en el molino extasiado con las virtudes y belleza de Vall, he podido comprobar las bondades del “proyecto”. No parezco más viejo, ni padezco las dolencias típicas de mi edad. Las cicatrices y heridas de aquella botella, han desaparecido por completo y cada noche de tormenta tomo mi baño de electrones. Sin embargo seguimos solos y aislados del mundo, guardando un bonito secreto, pero demasiado peligroso como para compartirlo con el resto de la humanidad.


CARLOS MILLÁN LOBILLO

                                                                                   Derechos de autor protegidos por copirigth

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