jueves, 1 de julio de 2010

LUZ BELL


Cuando se tiene juventud y cabalgas una Tritón, tus sueños son la velocidad, las mujeres y lo que ambas puedan traer consigo. Sin embargo, a veces, los sueños se convierten en pesadillas…

Cierta tarde, mi amigo y yo bajábamos con nuestras motos a toda velocidad por la “Ruta de los Pantanos”, tumbando las máquinas en cada curva como si fuera la última y percibiendo cómo el olor de la gasolina se mezclaba con la humedad de la niebla, que se levantaba conforme el sol caía y la noche nos iba alcanzando desde atrás.

De repente, en una de las escasas rectas de la sinuosa carretera, como salida de la nada, nos adelantó otra moto con la velocidad del rayo y el resonar de mil megatones, llevándose tras de sí una estela de polvo y hojas secas que hasta entonces dormitaban en el arcén.

Tuve que sujetar bien el manillar, pues no sé si, por lo sorprendente de la aparición o porque el potente motor hacía temblar realmente el suelo, me desequilibré más de lo normal. Al recuperar la estabilidad, pude ver cómo una inesperada piloto se giraba, melena al viento, soltando una carcajada que cubría con eco estremecedor, el golpeteo de los pistones. Cegado de aventura, decidí ir tras ella y solté gas, perdiendo a mi amigo y a su Einfield por el retrovisor. Ya no lo volví a ver.

Iluso de mí, me sorprendí por darle caza con relativa facilidad, hasta el punto de poder leer a la espalda de su traje, de negro y brillante cuero, lo que parecía su nombre de guerra: “Luz Bell”. Ella, provocadora, aceleraba en las rectas y me esperaba en cada curva, obligándome a derrapar en cada instante de duda, en cada momento de indecisión…

La niebla continuaba desbordándose desde los arcenes y el pestilente olor de los pantanos se me pegaba al alma. La que creí mi presa se conjuró con el viento y, soltando las riendas de su Norton, se dio la vuelta sobre el asiento para elaborar la maldición de mi locura: alzó sus brazos a la luna caracoleando sus muñecas en ritual de embrujo. Creí yo que hacía señales para que la siguiera, por lo que, despreciando curvas, niebla y la naciente oscuridad de la noche, me centré obsesivamente en alcanzarla, exigiéndole a mi moto frenadas, derrapes y tumbadas tan radicales que apunto estuve varias veces de conocer la aspereza del asfalto.

Justo cuando la luna llena se alzaba sobre su figura y recuperando su posición de amazona, con un gesto me ordenó parar en lo que a lo lejos, se adivinaba como un café de carretera. Estaba hecho, “será mía”, pensé…

Detuve mi moto junto a la suya y entré en el garito, cuya rancia y etílica atmósfera, cargada de algo más que de tabaco, golpeó mis pulmones cual martillo pilón, haciéndome olvidar de golpe la humedad de la niebla, que ya llegaba hasta la misma puerta del bar.

Allí estaba ella, apoyando su espalda contra la barra, dominando la estancia con su presencia, mientras que un combo al fondo del local maltrataba el “Dark Night” de los Blasters, que resonaba estruendoso en el ambiente, dándole aún un mayor misterio a la mirada con la que me atravesó nada más disponerme a ir a su encuentro. Al llegar a su lado, me atrajo hacia sí por la cintura, quedando hipnotizado, inmóvil y feliz.

Pero cuando me creí en el paraíso, se abrió la puerta del infierno…

Mediante un certero y delicado arañazo en mi cuello, manaron sin dolor dos rojas gotas, que ella lamió de su dedo índice, apoderándose entonces sin yo saberlo de todos mis sueños de juventud y de toda esperanza de recuperarlos. Cuando pensé que me besaría, hundió sus largas uñas por debajo de mi esternón hasta las entrañas y sentí como me arrancaba el pálpito, robando mi ser para la eternidad. Ya sólo vería por ella…

El embrujo hizo su efecto y rodeándome la nuca con su mano libre susurró su maleficio:

“En la Ruta del Diablo
tan sólo me besarás

tras cazarme en una curva,
tras conseguirme abrazar.
Mas tu corazón me pertenece,
mío para siempre jamás.
Nunca amarás a otra
y sólo mi siervo serás”.

Allí quedé observando cómo se alejaba con contoneante taconeo, mientras alzaba su trofeo aun latiente y sin volver la vista atrás, al tiempo que el combo cambiaba de tercio hacia un penoso “Common Man”.

Allí quedé con la triste maldición de tener que perseguirla cada noche, para robarle un beso que calme el dolor causado por el seductor hechizo.

Allí quedé muerto en vida y para de por vida recordar, que:

“Las carreras con el diablo mala cosa suelen ser, más si la carrera es sobre una moto y más si el diablo es mujer”.

Audición recomendada para la lectura:

Megatones: “Cuando llegue al cofee Bar”.

The blasters: “Dark Night”.

The Blasters: “Common Man”.

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1 comentario:

  1. Estupenda narracion Charly,me ha gustado mucho,por un momento me he sentido como el protagonista del relato a lomos de una Heritage y con el Race With The Devil sonando de fondo,sera porque tal vez este viviendo algo parecido en estos momentos y me temo que el final sera como lo has descrito.
    Un abrazo amigo.

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